Durante la última década, Python ha sido el niño mimado del mundo de la programación: las universidades lo enseñan como primer lenguaje, los gigantes tecnológicos lo usan en ciencia de datos y miles de desarrolladores lo eligen por su sencillez. Se ha convertido en sinónimo de accesibilidad y productividad.
Pero en los pasillos de conferencias, en los repositorios de GitHub y en los foros de desarrolladores, cada vez resuenan más preguntas incómodas: ¿sigue siendo Python la mejor apuesta de futuro? ¿O estamos ante el inicio de un declive silencioso? Esta es la teoría que sostiene Devrim Ozcay, ingeniero de software en Huawei.
Las estadísticas parecen contundentes: Python encabeza rankings como el índice TIOBE o las listas de proyectos en GitHub. Sin embargo, dice Ozcay, al mirar de cerca descubrimos que gran parte de esta “popularidad” corresponde a principiantes que lo usan durante uno o dos años y luego lo abandonan. El resultado: una comunidad enorme, pero con escaso peso de desarrolladores experimentados. Es como un estadio lleno de aficionados que entran y salen sin llegar a formar un equipo sólido en el campo.